jueves, 5 de junio de 2025

MES DE MARÍA MEXICANO o sea LAS FLORES DE MAYO CONSAGRADAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA. (1868). DÍA 23.




Por Lucio Marmolejo.

Decretado por Lllmo. Sr. Lic. D. Clemente de Jesús Munguía, Obispo de Michoacán, así lo decretó y firmó. México 26 de Diciembre de 1851.

Librería de Rosa y Bouret, 18 calle San José el Real 18. 1868. Propiedad de los editores



 

DÍA VEINTE Y TRES: 23 de mayo.

 

Visita a la Imagen de NUESTRA SEÑORA DE LOS REMEDIOS, que se venera en su Santuario, extramuros de la ciudad de México.

 


   Es la prodigiosa Imagen de Nuestra Señora de los Remedios la protectora dulcísima y poderosa, y el consuelo tiernísimo que siempre ha custodiado a la opulenta y hermosa capital de México, desde que fué reedificada por los españoles, pues desde entonces se encuentra en su seno. Fué traída de España por uno de los compañeros de Cortés, que, según se cree, fué Juan Rodríguez Villafuerte, y a él se la dio para que lo acompañase y favoreciese, un hermano suyo, religioso agustino, asegurándole que en diversas ocasiones había él experimentado su protección de una manera muy particular. Llegó, pues, a México, y Cortés, después de haber derribado los ídolos del templo mayor, hizo colocar en él a Nuestra Señora de los Remedios, y allí obró muchas maravillas, encaminadas todas a convertir a los indios a la sagrada religión de Jesucristo.

   No se sabe a punto fijo cuánto tiempo estuvo allí, ni cuándo o cómo se desapareció de aquel sitio: lo cierto es, que el año de 1540, un cacique, llamado D. Juan Ceteutli, o del Águila, que iba todos los días al pueblo de Tacuba, al pasar por un lado del cerro de Totoltepec, veía á la Señora en el aire, quien con voz sensible le decía: «Hijo, búscame en este sitio»; pero él no comprendía dónde ni cómo la había de buscar.

   Fueron, en fin, tan repetidas las órdenes de la Señora, que el indio consultó a los religiosos de San Francisco acerca de lo que debía hacer; mas ellos trataron de persuadirle que todo era una vana ilusión, y aun lo amenazaron con castigarlo severamente si volvía con el mismo negocio; por lo que ya guardó silencio. Pero sucedió pocos días después, que subiendo a uno de los pilares de la iglesia que se estaba fabricando en Tacuba, se derrumbó el pilar, y lo cogió debajo; lo llevaron moribundo a su casa y le administraron la Santa Extrema-Unción: pero a la media noche se le apareció la Santísima Virgen en la forma que la había visto en el cerro, y dándole una cinta, le mandó que se ciñese con ella, lo cual, haciendo, se halló luego completamente bueno, con admiración y pasmo de cuantos vieron o supieron la caída.



   Pasados algunos días, fué el cacique a cazar al bosque de Totoltepec, y debajo de un maguey encontró la Imágen de la que tantas veces le había mandado que la buscara. Se acercó a ella lleno de veneración y de placer, y con mucho afecto y ternura le dijo: «No estáis aquí bien, Señora; en mi casa estaréis mejor, donde os serviré con la reverencia que conviene a mi Ama y Señora». La tomó en sus brazos, la envolvió en su tilma, y la llevó a su casa, en donde la tuvo en pacífica posesión por unos diez o doce años. Pero pasado este tiempo, quiso ya la Señora darse a conocer; y así fué, que habiéndose ausentado de su casa el cacique, cuando volvió, no encontró en ella la Imagen: le vino al pensamiento de que estaría en el sitio donde la había hallado la primera vez; fue a buscarla, y en efecto la encontró; y después de darle amorosas quejas, la volvió a llevar a su casa, en donde la obsequiaba con el mayor esmero: se volvió a ir, sin embargo; la volvió a llevar el cacique, y así otras muchas veces, hasta que la encerró en una caja; pero ni esto fué bastante para evitar nuevas y repetidas fugas: conociendo entonces el cacique que en estos acontecimientos había algún misterio, que él no comprendía, consultó sobre ello al maestre-escuela de la catedral de México, D. Alvaro de Tremiño, quien vino luego a la casa del cacique, y no necesitó más que ver la Santísima Imagen, para dar asenso a la relación de  D. Juan, pues no pudo menos que hacerlo, según aseguró después, al ver la gran majestad que resplandecía en los rostros de la Virgen y del Niño, no obstante su mucha pequeñez.



   Creyó luego el maestre-escuela que componiendo con la debida decencia un lugar en la casa del cacique, y celebrando allí el Santo Sacrificio de la Misa, ya no haría la Señora otra fuga, y asi fué en efecto: pero la fama de tantas maravillas obradas hasta entonces, hacía que acudiera constantemente un crecidísimo número de gente a la casa de D. Juan, para venerar la sagrada Imagen; lo cual se le hacía ya demasiado molesto, porque no podía ir a sus ocupaciones por no desatender a los varios personajes que con mucha frecuencia iban, por lo cual suplicó al maestre-escuela, que, para mayor decencia, trasladase la Imagen a una ermita del pueblo, y así se verificó.



   Muy poco tiempo después de trasladada la Santísima Imagen, cayó gravemente enfermo el cacique D. Juan; estuvo tullido y ciego, y aun a veces como insensato, hasta que al cabo de un año empezó a creer que todos aquellos males debían provenirle del desamor con que había echado de su casa a Nuestra Señora de los Remedios; y considerando que solo la Santísima Virgen lo había de sanar, pero pensando al mismo tiempo, en su sencillez, que la Imagen de los Remedios había de estar enojada con él, se hizo llevar al Santuario de Guadalupe. Tan luego como entró a la iglesia, oyó que la Santísima Virgen le decía: «¿A qué vienes a mi casa, si me echaste de la tuya? y ya que me echaste de tu casa, ¿por qué no me volviste al lugar donde me hallaste?» Procuró D. Juan satisfacer a la Señora, y sintiéndose repentinamente bueno y con vista, oyó que prosiguió hablando Nuestra Señora de Guadalupe, y le dijo: «Ya estás bueno y sano; vuelve a tu casa, y convoca a los de tu pueblo y a todos los vecinos del distrito, y diles que en el lugar del cerro donde me hallaste, me hagan una casa pajiza con un altar de piedra de tres cuartas de alto y una vara de largo». Volvió D. Juan por su pie, y cumplió el mandato de la Virgen, que le fué creído luego por su milagrosa salud: en breve tiempo se acabó la ermita, y la Santísima Imágen se trasladó a ella por sí misma, y se colocó en el altar; y continuó obrando muchas maravillas, tales como la de verse anualmente una iglesia comenzada, y adornos de flámulas y gallardetes en el sitio que ocupaba la ermita.




   Pero a los veinte años de los acontecimientos referidos, se había resfriado en gran manera la devoción de los fieles; y aunque parece increíble, se habría casi borrado en los vecinos de México la memoria de las maravillas pasadas, de suerte que la ermita que se había levantado por orden dé la misma Virgen, estaba casi destruida, sirviendo de albergue a los animales, y la Santísima Imágen expuesta a todas las inclemencias del tiempo. Pero dispuso la Divina Providencia que el año de 1574, el regidor Don García de Albornoz, siendo obrero mayor de la ciudad, fuera donde estaba la ermita; y habiéndola encontrado en el estado dicho, volvió lleno de sentimiento, reunió al Ayuntamiento, y le manifestó que a la ciudad de México correspondía poner a tanto mal pronto remedio; y llenos luego de devoto entusiasmo todos los miembros de aquella corporación, con beneplácito del virrey y del Arzobispo, quien les concedió el patronato del Santuario, comenzaron a la Santísima Señora un hermoso templo, que notablemente mejorado, es el mismo que hoy se venera, y fué dedicado a fines de Agosto del siguiente año de 1575. Todos los principales personajes de México ofrecieron a la prodigiosa Imágen ricos y hermosos adornos, y algún tiempo después el oidor D. Francisco Fernández de Marmolejo y su esposa, hicieron edificar el hermoso camarín que existe a espaldas del Santuario.

   Ya queda dicho que esta Imágen prodigiosa y venerable es el amparo y consuelo, y la protectora poderosa y benéfica de la ciudad de México: cualquiera que sea la calamidad que la aflige, ocurre a su Remedio, y queda libre: en estas tribulaciones, la Imágen Santísima se traslada de su santuario a la Santa Iglesia Catedral, para que allí se le haga un solemne Novenario; y así en esta solemnidad, como en las procesiones de traerla y de volverla al Santuario, se conmueve toda entera la opulenta metrópoli de la República mexicana, y sus habitantes acuden en grande multitud a acompañar a su celeste protectora.



   De sus muchos y asombrosos milagros, referiremos los siguientes, tomados del «Zodiaco Mariano». Blas García de Palacios iba a caballo, y habiéndose espantado el animal, se fué retirando hacia atrás, hasta precipitarse en una profundísima barranca. Cayó el caballo encima del caballero; pero este se encomendó a Nuestra Señora de los Remedios, y se halló totalmente bueno en el plano de la barranca, no obstante que el caballo estaba muerto y la silla hecha pedazos.

   Gabriel de Aguilar estaba tullido hacía muchos años, y vivía cerca del Santuario de los Remedios: se agravó un día extremadamente, y mandó llamar al capellán para confesarse; pero dilatándose mucho, y temiendo morir antes de que llegara, se hizo llevar en su cama al Santuario, se confesó y sacramentó, y rogó al vicario que le pusiese en la cabeza la Sacratísima Imagen, y en el mismo instante quedó bueno y sano, y volvió por su pie a su casa.


VIDA DE MARÍA

María, Madre del género humano.



   Ya estaba próximo nuestro Divino Redentor á exhalar su postrimer aliento sobre el madero santo de la Cruz, cuando quiso dar a la humanidad una nueva y singular prueba del infinito amor que le tiene, y al mismo tiempo consolar a María y al discípulo amado, que iban a quedar solos y sin amparo. Se dirige, pues, a su Madre, y señalando a Juan, y en él a todos nosotros los venturosos hijos de Adán, le dice: «Mujer, he aquí tu Hijo» y volviéndose luego al discípulo, y señalando a María, le dice también: «He aquí tu Madre». El discípulo acepta lleno de reconocimiento, y la dolorosísima Virgen María, que, en medio de su inmenso desconsuelo, no olvida que su Jesús está muriendo por amor a los hombres, poseída también del mismo amor, acepta gustosa el encargo de su Hijo moribundo, y nos adopta a todos con la mayor ternura, como a hijos de su amor, a quienes atenderá por siempre desde el cielo solícita y cuidadosa.

 

MATERNIDAD DE MARÍA

María, frondosa y aromática Madreselva.

(Lonicera sempervirens)

 


 

   Examinemos hoy la aromática y bella planta de la madreselva, y encontraremos en ella un hermoso emblema de la maternidad de la Virgen Santísima para con todos los hijos de Adán: en efecto, sus tupidas y frescas enramadas defienden al pasajero de los ardientes rayos del sol, y a las plantas de los jardines del hielo y las escarchas, como lo hace una madre tierna y cuidadosa con sus queridos hijos: el color apacible y el suavísimo aroma de la flor de la madreselva representan muy bien la ternura exquisita de una madre, y en especial de María con nosotros sus hijos; y por último, hasta su nombre sirve de complemento para la perfección del símil: consideremos, pues, hoy a María como una madreselva fragantísima, que desde el jardín del Empíreo deleita con su precioso aroma a sus queridos hijos en este mundo, impidiéndoles que sigan la mentirosa y halagüeña fragancia de la culpa.

 




ORACIÓN


   ¡Oh Madre Santísima de todos los hombres! en medio del acervo pesar que nos causan tus terribles penas y dolores nos llenamos de gusto y de piadosa confianza al recordar la suma bondad con que nuestro Divino Redentor te nombró nuestra Madre, y la dignación con que tú aceptaste. ¿Qué podemos ya temer siendo hijos tuyos? ¿cómo podrá vencernos el enemigo común, si tenemos a nuestra Madre que nos defienda? ¡qué placer tan inefable! ¡qué dicha tan grande! ¡Madre, Madre! repetimos con los ojos inundados de lágrimas de ternura; y ahora más que nunca, porque hemos consagrado el día al recuerdo del dichoso momento en que Jesús nos declaró tus hijos. Ea, pues. Señora y Madre nuestra, aunque no lo merecemos por nuestras muchas culpas, trátanos siempre como a hijos en virtud de tu mucha bondad, como lo has hecho con la dichosa ciudad de México por medio de tu prodigiosa Imágen de los Remedios; y fuertes entonces con tu patrocinio, nada será capaz de impedir que vayamos al cielo a disfrutar de tu presencia por todos los siglos de los siglos. Amén.

 


ORACIÓN

Que se dirá todos los días antes de la meditación.

 

   Advierte, alma mía, que estás en la presencia de Dios, mas íntimamente presente a Su Majestad, que a ti misma. Está mirando él Señor todos tus pensamientos, afectos y movimientos interior y exteriormente. Lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más: pobre, miserable é inmunda, con la abominable lepra de todos los pecados con que has ofendido hasta aquí su infinita bondad. Pero el Señor, obligado del peso de su misma infinita misericordia, desea más que tú misma darte el perdón general de todas tus culpas y el logro de esta meditación. ¿Qué hicieras, si supieras que era la última de tu vida? Puede ser que no tengas otra de tiempo tan oportuno. Ahora puedes conseguir con un pequé de corazón, lo que no conseguirán con eterno llanto los condenados en el infierno, que es el perdón de tus pecados. Alerta, pues: no pierdas tiempo tan precioso, por amor de Dios.

 

   Creo, Señor, que estáis íntimamente presente a mi corazón. Os doy las gracias por los innumerables beneficios que he recibido, y recibo en cada instante, de vuestra infinita liberalidad y misericordia, especialmente porque me habéis conservado hasta aquí la vida, habiendo yo merecido tantas veces las penas del infierno por mis pecados. Concededme, Padre amorosísimo, un corazón agradecido a vuestras grandes misericordias, y el logro de esta meditación, a mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Esté yo en vuestra divina presencia con la humildad, atención y reverencia de alma y cuerpo que corresponde en una vilísima criatura, cual yo soy, que tantas veces os ha despreciado con ofenderos en vuestra misma presencia. Detesto de todo corazón mis pasadas ingratitudes; las aborrezco, por ser ofensas de vuestra infinita bondad: me pesa en el alma de haberos ofendido, por ser quien sois. Quisiera deshacer todos mis pecados, por ser desprecio de un Dios infinitamente bueno. Dadme, Criador y Dueño mío amabilísimo, verdadera contrición de todos mis pecados, y propósito firmísimo de la enmienda.

 

   Bien conozco que no hay en mí otra cosa que la nada, y sobre la nada el pecado. No soy en vuestra divina presencia más que un condenado, y condenado tan innumerables veces, cuantas he repetido las ofensas de vuestra infinita bondad. Compadeceos, Dios mío, de mis tinieblas: no permitáis que pierda tiempo tan oportuno. Enseñadme a tener oración; regid mi memoria; alumbrad mi entendimiento; moved mi voluntad. Obligaos de vuestra misma bondad y de los méritos infinitos de vuestra Santísima vida, pasión y muerte, y de los méritos é intercesión de vuestra Santísima Madre. Poned, Señora, en mi corazón aquellos pensamientos, afectos y determinaciones que son del agrado de vuestro Santísimo Hijo.


MEDITACIÓN


1º—Consideremos cuán grande fué la bondad de nuestro Redentor Jesús, al tenernos a nosotros como su principal pensamiento en medio de los acervos dolores de su pasión santísima, como lo manifestó al encargar a su purísima Madre que nos tuviera como hijos.

 

2º—Contemplemos la dignación grande de nuestra Madre y Señora María Santísima al aceptar el encargo de Jesús, y propongámonos con todas las veras de nuestro corazón, hacer cuanto podamos para no ser indignos del altísimo título de hijos de María.

 

3º—Ponderemos cuan bien ha desempeñado María Santísima el título de Madre del género humano, como lo ha demostrado, entre otros muchos modos, al proteger a la ciudad de México de una manera tan especial, por medio de su Sagrada Imagen de los Remedios; y démosle muchas y rendidas gracias, porque en particular nos ha visto y nos ve como a sus hijos, y por los muchos favores que nos ha dispensado su cariño maternal, etc.

 

ORACIÓN

Que se dirá todos los días después de la Meditación.

 

   ¡Clementísimo Dios y Señor de mi corazón! ¡dulcísimo Jesús mío! ¡sacramentado dueño de mi alma! Os doy las gracias con todo el afecto de mi pobre corazón, porque me habéis concedido este tiempo para que medite. Perdonad, Señor, las distracciones, negligencias, flojedad y todos los demás defectos en que he incurrido en esta Meditación: quedo en ella convencido.... y resuelto.... Conozco que todos mis pecados, aunque tan enormes, no pueden extinguir vuestra infinita bondad: en ella espero firmemente que me habéis de ayudar con vuestra gracia, para que eternamente os ame, os sirva, conozca y ponga por obra vuestra santísima voluntad. Asi lo espero de vuestra infinita piedad y misericordia, y de los méritos y poderosísima intercesión de vuestra Santísima Madre.

 

—Ave María.



CANTO





Jesús se mira como faro santo

Que al mundo inundará con viva lumbre,

Del Calvario en la cumbre

Vertiendo triste llanto,

Que le arrancan su duelo y su quebranto;

Pero en medio de tantos sinsabores

Su corazón piadoso

Olvida sus dolores,

Y cuida del humano en el momento

Que va a exhalar su postrimer aliento,

Su mirar le dirige moribundo

A la sin par María,

Que estaba presenciando su agonía;

Y mostrándole a Juan, y en él al mundo

Le encarga que como hijos nos adopte,

Y con grande ternura

Luego nos adoptó la Virgen pura.

¡Venturoso mortal! levanta al cielo

Tu antes marchita y humillada frente.

Y en vez de llanto y duelo,

Manifieste tiernísimo consuelo

De tus ojos la luz resplandeciente:

Y con el alma de placer henchida,

¡Madre, Madre! a María di mil veces,

Y repite otras mil ¡Madre querida!

Y en la presente y transitoria vida

Trabaja día por día

En portarte como hijo de María.

 

PRÁCTICA PARA MAÑANA


  Rezar devotamente la Corona Dolorosa.



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