lunes, 17 de noviembre de 2025

POR FAVOR SANTO PADRE ¡¡¡NO NOS TOQUE A LA VIRGEN MARÍA!!!

 


   Pareciera que, después de haberse impuesto al mundo cristiano la misa protestantizada de Pablo VI, que ya no es sacrificio sino cena; que después de haberse generalizado la noción protestante de misericordia, la cual ya no exige el arrepentimiento del pecador, que sigue en su pecado; que después de haberse alabado a Lutero como «testigo insigne de Cristo y del Evangelio»; pareciera que tengamos ahora que contentarnos con hablar de la Virgen como lo hacen pura y simplemente los protestantes.

 

1º Una mirada protestante sobre la Virgen.

 

   ¿Qué dicen de la Santísima Virgen los protestantes?

Que es mujer, que es madre, que es discípula de su Hijo como los demás.


 ¿Qué dijo Su Santidad Francisco de Ella?

Pues exactamente lo mismo: que es mujer, que es madre, que es discípula; subrayando además que ese, y no otro, es realmente su ser.

 

Un protestante estará totalmente de acuerdo en hablar así de la Virgen María; pero le negará los títulos que todo católico, siguiendo en ello el Magisterio de sus Predecesores –y distinguiéndose así de los protestantes–, ha otorgado a Nuestra Señora:

INMACULADA en su Concepción, MADRE DE DIOS –Los Papas se limitan a llamarla «Madre de su Hijo»–, VIRGEN PERPETUA virginidad que Sus Santidades tampoco mencionan, y que hace de Ella una Mujer y una Madre (ambas con mayúscula) sin parangón ninguno–, CORREDENTORA en cuanto Socia de la obra redentora de Cristo, MEDIADORA UNIVERSAL de todas las gracias, y REINA de cielos y tierra, ABOGADA de los pecadores.

 


¿La Virgen María no es Corredentora?

 

Ignorando –por ecumenismo, podemos suponer– todos estos títulos, se atreven incluso a decir: «María mujer, María madre, SIN OTRO TÍTULO ESENCIAL»que la Virgen no es Corredentora:

«Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. JAMÁS SE PRESENTÓ COMO CORREDENTORA. No, discípula. Y algún Santo Padre dice por ahí que es más digno el discipulado que la maternidad. Cuestiones de teólogos, pero discípula. NUNCA ROBÓ PARA SÍ NADA DE SU HIJO».

 

Evidentemente, la Santísima Virgen nunca pretendió arrogarse los privilegios exclusivos de su Hijo: jamás se atribuyó la divinidad, ni el poder de crear, ni se llamó a sí misma «el Alfa y la Omega»; pero tampoco se la puede rebajar al rango de los demás fieles, a la condición de simple discípula, como si la Virgen María fuese tan sólo una feligresa fervorosa.

 

No es que la Virgen «haya robado para sí nada de su Hijo», sino que es más bien su Hijo quien la hizo partícipe de todas las prerrogativas que El mismo tuvo como Redentor, convirtiéndola en la «Nueva Eva» del «Nuevo Adán». Es Jesucristo mismo quien la hizo Corredentora, asociándola a su obra de la Redención de los hombres; es El quien la hizo Mediadora de todas las gracias, asociándola a su propia Mediación universal; es El quien la hizo Reina y Señora de todo lo creado, otorgándole poder sobre toda la creación, y especialmente sobre el reino de las almas, de las cuales Ella es Madre por voluntad expresa de Cristo en la Cruz.

Con asombrosa ligereza Su Santidad priva a la Virgen, no sólo del título de Corredentora, sino también –y por los mismos motivos– del título de Mediadora, de Reina, de Abogada: pues en todo eso Ella estaría supuestamente «robando para sí» algo de su Hijo. ¿Qué se hace entonces del Magisterio de sus Predecesores, en el que todos estos títulos de la Virgen quedaron sólida y teológicamente probados y afirmados?

 


3º La enseñanza del Magisterio de los Papas.

 

Sólo para abonar el título de Corredentora, el papa Pío IX, en la misma bula en que proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción, escribía:

 

«Así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, después de asumir la naturaleza humana, borró la escritura del decreto que nos era contrario, clavándolo triunfante en la cruz, así también la Santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo, hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa Serpiente, y triunfando de la misma en toda la línea, trituró su cabeza con su pie inmaculado».




 

El Papa que lo sigue, León XIII (Todo lo contrario del ahora León XIV), no es menos claro en afirmar en varios textos la unión de la Virgen María con Cristo en la obra de la Redención:

 

«La Virgen María, libre de la mancha original, elegida para ser la Madre de Dios, y por ese hecho asociada a Él en la obra de salvación de la raza humana, goza ante su Hijo de un favor y poder tal, que no han podido ni podrán igualarlo ni la naturaleza humana ni la angélica» (Encíclica Supremi apostolatus officio, 1883). 


«Junto a la cruz de Jesús estaba María, su Madre, quien con inmensa caridad se movió a recibirnos como hijos, ofreciendo para ello voluntariamente a su Hijo a la justicia divina, y muriendo con Él en su corazón, atravesado por una espada de dolor» (Encíclica Jucunda semper, 1894).


«Desde allí, según los designios de Dios, Ella comenzó a velar por la Iglesia, para ayudarnos y protegernos como Madre, de modo que, después de haber sido cooperadora de la Redención humana, Ella también se convirtió, por el poder casi inmenso que le fue otorgado, en la dispensadora de la gracia que fluye de esta Redención para siempre» (Encíclica Adjutricem populi, 1895).

 

A su vez el papa San Pío X mencionó la doctrina de la Corredención de María en su famosa encíclica Ad diem illum (1904), para el quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción:

 

«La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús es que María merecía legítimamente convertirse en la reparadora de la humanidad caída y, por lo tanto, en la dispensadora de todos los tesoros que Jesús adquirió para nosotros por su muerte y por su sangre».

 

El papa Benedicto XV (Nada que ver con Benedicto XVI) empieza a valerse, no sólo de la noción de la Corredención de María, sino de la palabra misma, en su Carta Inter sodalitia:

 

«Al quedar asociada a la Pasión y muerte de su Hijo, Ella sufrió como si Ella misma muriera (...) para apaciguar la justicia divina; y sacrificó a su Hijo, tanto como pudo, para que con razón se diga que juntamente con Él redimió a la raza humana. Y, por esta razón, todas las gracias que obtenemos del tesoro de la Redención nos llegan, por así decir, de las manos de la dolorosa Virgen».


El papa Pío XI tributa a la Madre del cielo, en su Epístola Explorata res (2 de febrero de 1923), esta hermosa alabanza:

 

«No incurrirá en la muerte eterna aquel que goce especialmente en su último momento de la asistencia de la Santísima Virgen. Esta opinión de los doctores de la Iglesia, confirmada por el sentimiento del pueblo cristiano y por una larga experiencia, se basa sobre todo en el hecho de que la Virgen dolorosa quedó asociada a Jesucristo en la obra de la Redención».

 

Pero, sobre todo, usa el término de «corredentora», en su mensaje a los peregrinos de Lourdes por el Jubileo de la Redención (29 de abril de 1935):

 

«Oh Madre de piedad y de misericordia, que asististeis a vuestro Hijo mientras realizaba en el altar de la Cruz la redención de la humanidad, como corredentora y asociada a sus dolores, mantened en nosotros y aumentad cada día, os lo rogamos, los preciosos frutos de su pasión y redención».

 

Finalmente, el papa Pío XII confirmó por enésima vez la doctrina de la participación de María en la obra de la Redención, en su encíclica Ad cæli Reginam (1954) sobre la realeza de María:

 

«En el cumplimiento de la Redención, la Santísima Virgen se asoció estrechamente con Cristo (…) De hecho, así como Cristo, por habernos redimido, es nuestro Señor y nuestro Rey a un título especial, así también la Santísima Virgen es nuestra Reina y Redentora por la forma única en que Ella contribuyó a nuestra Redención».

 

4º Una impiedad escandalosa.

 

Santísimo Padre, son sus mismos Predecesores en el Pontificado los que han declarado todos los títulos que el pueblo cristiano otorga a la Santísima Virgen, incluso definiendo algunos de ellos para gloria de Dios y de María Santísima.

 

¿Cómo puede ser, entonces que Su Santidad diga lo que sigue?

 

«Cuando nos vengan con historias de que había que declararla esto o aquello, o hacer este u otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, es Nuestra Señora, María es Madre de su Hijo y de la Santa Madre Iglesia jerárquica, y María es mestiza, mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios».

 

¿Sus Predecesores, entonces, «se perdieron en tonteras»?

 

En ese caso, un ineludible interrogante se plantea ante nosotros: ¿Cuáles son las verdaderas «tonteras»: las que ellos proclamaron y definieron, o las que Su Santidad se atreve hoy a afirmar, llevándoles la contra?

¿La «tontera» no será más bien decir que «María es mestiza, Ella mestizó a Dios»? ¿O pretende Su Santidad valerse de la Virgen Santísima para abonar su teoría de la «inculturación de Cristo», tan claramente afirmada en el Sínodo de la Amazonía? ¿Será voluntad de María el «mestizar» o «inculturar» a Cristo en las diferentes culturas? ¿Será la Virgen una émula de la «Pachamama»?

 

Santo Padre, el ecumenismo del Concilio Vaticano II es una divinidad a la que hay que inmolarle todo. Se le ha inmolado ya la Santa Misa, se le ha inmolado la liturgia y la doctrina católica, se le han inmolado los Estados católicos, se le han inmolado tantos y tantos fieles que se han pasado a las sectas. Ahora Su Santidad parece pedirnos que le inmolemos también lo único que nos han dejado, el último bastión, la última protección: la Santísima Virgen María, que es la única señal distintiva que nos queda como católicos.

 

Por eso le rogamos, entre perplejos y angustiados:


SANTIDAD, NO NOS TOQUE A LA VIRGEN MARÍA.

TAMPOCO DEJE QUE LOS ENEMIGOS DE CRISTO, SU HIJO, LO HAGAN.

 

NOTA de Fátima Cor Mariae: «Todos sabemos que [“Tucho”] Fernández ocupa un lugar que le queda muy grande», es el que devalúa los títulos marianos de Corredentora y Medianera de todas las Gracias. Apoyado por su Santidad León XIV.

Este Señor dijo: que Nuestra Santa Iglesia Católica (con años de historia TRADICIONAL) durante muchos siglos fue en otra dirección, que sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones, para clasificar a la gente (según él) para ponerle rótulos este es así, este es asa, este puede comulgar este no puede comulgar, a este se le puede perdonar, a este no, terrible que nos haya pasado esto en la Iglesia, gracias a Dios el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquema…”

 


Víctor Manuel “Tucho” Fernández Martinelli es el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe «No tiene ni la preparación, ni la capacidad, ni el temple para ocupar un puesto de tanta importancia en la Iglesia».



Sacado de Hojitas de fe.

Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora

Moreno, Pcia. de Buenos Aires.

Con agregado de quien lo publica.


MEDIACIÓN DE MARÍA EN GENERAL.

 


Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una persona pueda llamarse mediadora: 1a) hacer de medio entre dos extremos (mediación natural, física u ontológica); 2a) juntar ambos extremos (mediación moral) (S. Th. III, q. 26, a. 1). En conclusión, el mediador es una persona que se interpone ontológicamente entre otras dos con su presencia física para juntarlas, o que; las junta de nuevo moralmente con su acción (si estaban unidas en un primer tiempo y luego se enemistaron). Ahora bien. María posee a la perfección estas dos características: ontológicamente está en medio, entre el Creador y la criatura, al ser verdadera Madre del Verbo encarnado y auténtica criatura racional; y como verdadera Madre de Dios Redentor trabajó por volver a juntar al hombre con Dios. Por eso tiene algo en común con los dos extremos, bien que sin identificarse completamente con ellos: se acerca al Creador en cuanto Madre de Dios; mientras que, por otro lado, se acerca a las criaturas por ser verdadera criatura. De aquí que convenga con los dos extremos en cierto sentido, y que en otro se distancie de ellos.

 

   María, además de mediar ontológicamente entre Dios y el hombre, ejerce asimismo una mediación moral entre ambos: con su “fiat” a la encarnación del Verbo, el cual, muriendo en la cruz, restituyó al hombre, herido por el pecado de Adán, lo que había perdido: Dios, o su gracia santificante, y lo restableció en la filiación sobrenatural de Dios al hacer que volviera a hallar la gracia divina; y todo ello a sabiendas y voluntariamente (cooperación remota o preparatoria a la redención de Cristo). Maria sabía, cuando respondió al arcángel Gabriel «ecce Ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum» (Lc 1, 38), que el Redentor salvaría a la humanidad muriendo en la cruz (cooperación formal a la redención), como había sido predicho por los profetas del Antiguo Testamento y como le había dicho el propio Gabriel: «y concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que significa salvador» (Lc 1. 31). De aquí que no fuera sólo Madre de Dios, sino Madre de Dios crucificado para la redención del género humano (“En quien tenemos la redención por su sangre” (Ef 1, 7); “Considerando que habéis sido rescatados (…) con la preciosa Sangre de Cristo”). Podemos, pues, afirmar con San Beda: «La anunciación del ángel a Maria fue el inicio de nuestra redención» (PL 94, 9).

 

 

Sí, sí; No, no. (…)

Revista Católica antimodernista.

Año 2014


MARÍA CORREDENTORA.

 


Corredentora es el título que resume en una sola palabra la mediación de María entre Dios y el hombre herido por el pecado original, es decir, su cooperación a la redención del género humano.

 

La voz Corredentrix [Corredentora] (no la cosa significada) se la encuentra en el siglo XIV por vez primera, en el Tractatus de praeservatione gloriosissimae BVM [Tratado sobre la preservación de la gloriosísima y Santísima Virgen María], obra de un fraile mínimo anónimo, y luego en el XV, en un himno latino transcrito en dos manuscritos de Salzburgo: «Ut, compassa Redentori, Corredentrix fieres» (a fin de que, padeciendo junto con el Redentor, te hicieras Corredentora). Con todo, el título de Corredentora deriva de uno aún más antiguo (más antiguo en cuanto al vocablo, no respecto a la cosa significada), a saber, el de Redentrix [Redentora], que se halla nada menos que 94 veces (noventa y cuatro), desde el siglo X hasta el año 1750, con el sentido de “Madre del Redentor”. Dicha voz, con todo, podía ser mal interpretada y dar a entender que María era el “redentor” o el obrero principal de la redención de la humanidad. De suerte que de “redentora” se pasó suavemente, en 1750, a “corredentora” o cooperadora de la redención, sobre todo cuando los teólogos de la Contrarreforma comenzaron a estudiar de manera específica, para refutar las objeciones protestantes y jansenistas, el asunto de la cooperación inmediata de María, bien que subordinada, a la redención de Cristo. No obstante, no sólo permaneció la voz “redentora” hasta bien entrado el siglo XVIII, sino que, además, seguía superando al término “corredentora”.

 

   Fue precisamente el siglo XVIII el que hizo prevalecer el término “corredentora”. En efecto, una obra de sabor jansenista escrita por Adán Widenfeld (Mónita salutaria [Advertencias saludables]) reprobaba claramente el término “corredentora”, por lo que los teólogos católicos examinaron la cuestión a fondo y, como consecuencia, el mismo título de Corredentora empezó a prevalecer sobre el de Redentora.

 

   Por último, el título de Redentora comenzó a desaparecer en el siglo XIX, salvo raras excepciones, para dejarle el sitio al de Corredentora, que se usó asimismo en los documentos oficiales de la Santa Sede.

 

REDENCIÓN DE CRISTO Y CORREDENCIÓN MARIANA.

 

   Redención en general significa rescatar o recomprar una cosa que primero se poseía y luego se perdió. Por eso se rescata o se recompra pagando cierto precio.

 

   En sentido teológico, la palabra “redención”, aplicada al género humano después del pecado original, significa que la cosa poseída y luego perdida por el género humano después del pecado de Adán es la gracia santificante, que hace participar al hombre de la vida de Dios y tiene un valor infinito (Redimir significa en general liberar a una persona pagando un rescate por ella. Por eso redentor en sentido lato es el que libera a otro de la esclavitud pagando cierto precio por su liberación. De aquí que la redención en general exija el pago de un precio para (re) comprar a alguien. La redención del género humano en sentido estricto estriba en su liberación espiritual de la esclavitud del pecado y en su reconciliación con Dios. Jesús pago con su muerte en la Cruz el precio de nuestra liberación espiritual del pecado de Adán, reconciliándonos con Dios). Es por ello de un valor infinito el precio a pagar para recomprar o rescatar la cosa perdida. Ahora bien, la humanidad, al ser finita y creada, no podía pagar tal suma. De aquí que fuera menester la intervención de Dios para rescatar la gracia perdida en Adán por la humanidad. La Santísima Trinidad decretó libremente que el Verbo se encarnara en el seno de la Santísima Virgen María por obra del Espíritu Santo, de manera que, en sustitución de la humanidad incapaz de pagar tal precio, pudiera ofrecer un sufrimiento de valor infinito cual verdadero Dios y verdadero hombre.

   El elemento esencial de la redención de Cristo es el pago del precio para recobrar la gracia perdida. Supuesto esto, surge la pregunta de ¿cómo cooperó María a la redención de la humanidad obrada por Cristo?

   Los teólogos católicos aprobados por la Iglesia admiten, aunque con matices diversos, la realidad de la Corredención secundaría y subordinada de María, y especifican que la Corredención es remota en el “fiat” de María a la encarnación del Verbo redentor y próxima en el holocausto de Cristo y en subordinación a Él: un holocausto que se inició con la Encarnación y se consumó en el Calvario.

 

Sí, sí; No, no. (…)

Revista Católica antimodernista.

Año 2014







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